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¿Te permites sentirte mal? Emociones en el confinamiento

Permitidme que comparta algo personal con vosotros. Ayer, por primera vez desde que se decretara el estado de emergencia -y con él este confinamiento que ya se me hace eterno- me sentí realmente mal. Me considero una persona enérgica y positiva. Sin embargo, no me sentía así ayer. Más bien todo lo contrario. Me sentía absolutamente falta de energía. Levantarme dejó de ser un reflejo automático para convertirse en un ejercicio de auto-imposición, pesado como una losa de cemento. Las niñas no ayudaban a mejorar los sentimientos. Supongo que  en cierto modo podían notar que había bajado la guardia y decidieron aprovecharse de la situación. ¿Quizás también ellas se sentían mal? El día estaba gris, lluvioso y el peso de la atmósfera se podía sentir a ambos lados del cristal de la ventana que separa nuestro salón del mundo exterior. No estoy segura qué desató mi desasosiego. Bien podrían haber sido los datos sobre el número de personas infectadas y fallecidos que arrojaban los periódicos. Quizás imaginar a mis padres solos, recluidos en su casa de Canarias, sin ninguno de sus hijos cerca. O quizás preguntarme si mi hermano y su novia que viven en Madrid seguían encontrándose bien también hoy, sin síntomas del maldito virus,  y podríamos un día más tachar otro día en esa cuenta atrás en que se ha convertido el calendario de la cocina y respirar aliviados por ello. Un día más. Un día menos. 

Me sorprendió encontrarme a mí misma sintiéndome así. No os voy a mentir, al principio intenté enfrentarme a esos sentimientos. No me gusta sentirme así, me negaba a permitir que esos sentimientos negativos me dominaran y estaba decidida a combatirlos y reconducirme a mi forma “normal” de ser. Pero no pude. Lo intenté, pero no conseguí sentirme mejor. Después de una hora entera intentando que las niñas se pusieran con sus tareas escolares –las cuales obviamente no pretendían ni siquiera comenzar pudiendo intuir mi bajo nivel de resistencia- me rendí. Simplemente me di cuenta que era “uno de esos días”. Y entonces me permití sentirme mal. Y nunca sentirme mal me hizo sentirme tan bien. En lugar de obligarme a cumplir con mis rutinas y tareas -que en los últimos tiempos se centran especialmente en conseguir que las niñas completen las suyas- me dejé seducir por la idea de no hacer nada. Invité a mis hijas a acurrucarse conmigo en el sofá y vimos una película de Disney (¡bendita llegada de Disney +!; no podían haber encontrado un momento más propicio para introducir la plataforma). En lugar de preparar las lentejas que mi menú semanal marcaba como propuesta sana, almorzamos unos tortellini con salsa de tomate en bote. La tarde propició trabajos artísticos (sin duda, estas enanas me sabían con la guardia baja) y en nada la alfombra impoluta estaba cubierta de plastilina y purpurina, y todas las ceras de colores se esparcían por el suelo. Otra vez tuve que enfrentarme a mí misma para soportar tanto desorden, pero la ocasión lo merecía. El día continuó en una sucesión de lo que generalmente hubiera considerado caótico e inapropiado. Meriendas en el sofá, mantas tiradas por los suelos, un millón de piezas de puzles esparcidas a diestro y siniestro…. Tuve que “asistir” a una reunión virtual de trabajo. Esto fue básicamente lo único a lo que me forcé a hacer ayer. La noche demandó de nuevo una cena “fácil” y en menos que canta un gallo, las niñas estaban listas para irse a dormir. Yo también. Aún cansada. Aún sintiendo esa desesperanza. Pero segura de que había hecho lo que tenía que hacer. Nos dicen continuamente que tenemos que ser una suerte de súper héroes. De algún modo, pienso que lo somos. Y sin embargo, sé que no lo somos. A veces podemos sentirnos tristes, desesperanzados, nerviosos. Y está bien que nos sintamos así. Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, tiempos en los que la incertidumbre golpea nuestra salud, nuestra economía e incluso nuestra libertad. Nos hemos visto desplazados de nuestra zona de confort y arrojados a otra zona completamente diferente, repleta de preguntas, incertidumbre y quizás también miedos. Permítete pasear por esa zona. Simplemente, no te quedes ahí mucho tiempo. Hoy ha sido un día soleado. Vuelvo a ser “yo misma”. He vuelto a mis rutinas. He terminado las tareas que tenía que hacer e incluso alguna de más. Y no tengo duda de que es porque ayer me permití también ser yo misma. Porque sentirnos mal –nos guste o no- también forma parte de quienes somos. 

Saray Monzón

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Un comentario

  1. Ayer no debió ser un buen día para muchos, el vaso se va llenando y no vemos el final cerca. A veces hay que parar coger fuerza y seguir para adelante con más energía aún, y más con estos campeones que tenemos en casa que son los niños, que han renunciado a todo sin pedir nada a cambio.
    Seguiremos viendo Disney + y nos vemos prontito!

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