Gestión emocional
Ser conscientes de nuestras propias emociones, describirlas y regular su intensidad y duración puede resultar en ocasiones difícil. En especial algunas emociones desagradables (la ira, el miedo, la tristeza…) pueden impulsarnos de forma reactiva y poco consciente a tomar una decisión o acción inapropiada. Esa reacción emocional ha resultado muy beneficiosa en la vida animal en la naturaleza, protegiendo la supervivencia de la especie humana a lo largo de miles de años, pero en la mayoría de situaciones cotidianas actuales nos puede ocasionar inconvenientes y alejarnos de nuestro propio bienestar y del de nuestros seres queridos.
Aceptar y validar las emociones de su hijo, tanto si son agradables como desagradables, y expresarlo con naturalidad favorece el desarrollo socio-emocional saludable. Para su hijo, sentir que es comprendido por una persona querida y poder poner nombre a la emoción que vive facilita el inicio de la regulación emocional.
Ser conscientes de nuestras propias emociones, describirlas y regular su intensidad y duración puede resultar en ocasiones difícil. En especial algunas emociones desagradables (la ira, el miedo, la tristeza…) pueden impulsarnos de forma reactiva y poco consciente a tomar una decisión o acción inapropiada. Esa reacción emocional ha resultado muy beneficiosa en la vida animal en la naturaleza, protegiendo la supervivencia de la especie humana a lo largo de miles de años, pero en la mayoría de situaciones cotidianas actuales nos puede ocasionar inconvenientes y alejarnos de nuestro propio bienestar y del de nuestros seres queridos.
Aceptar y validar las emociones de su hijo, tanto si son agradables como desagradables, y expresarlo con naturalidad favorece el desarrollo socio-emocional saludable. Para su hijo, sentir que es comprendido por una persona querida y poder poner nombre a la emoción que vive facilita el inicio de la regulación emocional.
Puede que en un momento determinado el miedo necesite hacer acto de presencia. Si nuestro hijo no tuviera miedo de nada, pondría en riesgo su vida constantemente. El niño tiene miedo a caerse, miedo a tropezar… pero también tiene miedo a no ser capaz de lograr lo que se propone.
El miedo, por otro lado, hace que el niño se marque retos y que luche por superarlos. Que aprenda. Y, por qué no, que se sienta invencible. Pero es un arma de doble filo: el miedo también le puede bloquear e incluso, conducir al pánico. Es el máximo nivel de alerta de nuestro cuerpo: si enseñamos a nuestro hijo a utilizar el miedo para crecer, será un arma poderosa para él.
El ASCO ayuda a elegir, a aprender a decir No. Ayuda al niño a formar una personalidad: ‘quiero esto porque esto otro no me gusta’. Si no existiera el asco (no entendido sólo como asco a un alimento, sino con rechazo a determinadas cosas o aspectos de la vida), nuestro hijo sería tan sumamente conformista que no podría tener una personalidad fuerte ni tomar decisiones importantes en la vida.
La IRA es la ‘menos lista’ de las emociones. Cuando se deja llevar, no existe el razonamiento. Explota. Pero es necesaria, sí. A veces la ira desemboca luego en tristeza… y la tristeza da paso a la alegría. De la ira también se aprende.
Es normal que aparezca ira en nuestro hijo cuando alguien le pega, o cuando se aprovechan de él. Es en cierta forma un arma de defensa, una forma de entender ‘esto no me gusta’ ¡esto me enoja’… ‘no quiero sentirme así’. Y en ese momento ira pone en marcha un mecanismo para pensar cómo defenderse ante todo eso que le provoca enfado.
Sin la TRISTEZA no podría existir la alegría. Son complementarias. ¿Cómo íbamos a saber lo maravillosa que es la risa si nunca lloramos? La tristeza a menudo nos hace reflexionar, ahondar más en nuestros sentimientos y motiva a superar y hacer frente a aquello que nos está haciendo tanto daño.
¿Por qué nos sentimos tristes? ¿Qué podemos hacer para evitarlo? Pero cuidado: la tristeza también puede llevar al niño a perder ilusión y llevarle a la depresión. Siempre, tras un momento de tristeza, debemos intentar que vuelva a aparecer la alegría. Y, si esto no es así, ya aparecen síntomas como comportamientos agresivos, baja autoestima, duerme mucho o poco, come de manera irregular, interés por irse de casa o conversaciones sobre el suicidio deberíamos consultar con un especialista.
La alegría es el motor que mueve la vida de nuestro hijo. Todos queremos que nuestro hijo sea alegre, que sea feliz. Pero debemos entender que es imposible que siempre sea así y que hay muchos niños a los que les cuesta expresar esa emoción o sentimiento.
La felicidad está formada por grandes momentos de alegría y pequeños instantes de ira, miedo, tristeza y asco. Porque alegría también necesita del resto para continuar su camino.
Las emociones, esas grandes desconocidas para nuestros hijos. Podemos ayudarles a comprenderlas.
Alegría, tristeza, ira, miedo y asco son los nombres de las 5 grandes emociones que manejan nuestras vidas. Alegría, por supuesto, es la emoción que debe gobernar sobre el resto. Pero alegría a veces no puede llegar sin dejar que antes Tristeza haga su trabajo. Pero… ¿por qué son necesarias todas estas emociones? Según el estudio Psicología de la Emoción, de Mariano Choliz, del departamento de psicología básica de la Universidad de Valencia, las emociones tienen una función adaptiva, otra emocional y una última motivacional.
Hay evidencias científicas suficientes sobre los efectos positivos de la educación emocional. Con esfuerzo y perseverancia podemos mejorar en nuestra consciencia y regulación emocional, y ayudar a nuestros hijos a adquirir las competencias emocionales para una vida emocionalmente más saludable. Las personas capaces de gestionar las emociones -regular su duración e intensidad y elegir conductas apropiadas de forma consciente- tienen menos riesgo de padecer dificultades emocionales o trastornos psicológicos como la depresión, la ansiedad, la adicción a sustancias de abuso, u otras conductas de riesgo.
Los niños, en especial en la primera infancia, aprenden en gran medida a través de la observación de sus cuidadores (madre, padre o cualquier otro cuidador). Mejorar en nuestra propia gestión emocional puede resultar la mejor manera para enseñar formas saludables de gestión emocional a nuestros hijos e hijas.
Miedo:
Puede que en un momento determinado el miedo necesite hacer acto de presencia. Si nuestro hijo no tuviera miedo de nada, pondría en riesgo su vida constantemente. El niño tiene miedo a caerse, miedo a tropezar… pero también tiene miedo a no ser capaz de lograr lo que se propone.
El miedo, por otro lado, hace que el niño se marque retos y que luche por superarlos. Que aprenda. Y, por qué no, que se sienta invencible. Pero es un arma de doble filo: el miedo también le puede bloquear e incluso, conducir al pánico. Es el máximo nivel de alerta de nuestro cuerpo: si enseñamos a nuestro hijo a utilizar el miedo para crecer, será un arma poderosa para él.
Asco:
El ASCO ayuda a elegir, a aprender a decir No. Ayuda al niño a formar una personalidad: ‘quiero esto porque esto otro no me gusta’. Si no existiera el asco (no entendido sólo como asco a un alimento, sino con rechazo a determinadas cosas o aspectos de la vida), nuestro hijo sería tan sumamente conformista que no podría tener una personalidad fuerte ni tomar decisiones importantes en la vida.
Ira:
La IRA es la ‘menos lista’ de las emociones. Cuando se deja llevar, no existe el razonamiento. Explota. Pero es necesaria, sí. A veces la ira desemboca luego en tristeza… y la tristeza da paso a la alegría. De la ira también se aprende.
Es normal que aparezca ira en nuestro hijo cuando alguien le pega, o cuando se aprovechan de él. Es en cierta forma un arma de defensa, una forma de entender ‘esto no me gusta’ ¡esto me enoja’… ‘no quiero sentirme así’. Y en ese momento ira pone en marcha un mecanismo para pensar cómo defenderse ante todo eso que le provoca enfado.
Tristeza:
Sin la TRISTEZA no podría existir la alegría. Son complementarias. ¿Cómo íbamos a saber lo maravillosa que es la risa si nunca lloramos? La tristeza a menudo nos hace reflexionar, ahondar más en nuestros sentimientos y motiva a superar y hacer frente a aquello que nos está haciendo tanto daño.
¿Por qué nos sentimos tristes? ¿Qué podemos hacer para evitarlo? Pero cuidado: la tristeza también puede llevar al niño a perder ilusión y llevarle a la depresión. Siempre, tras un momento de tristeza, debemos intentar que vuelva a aparecer la alegría. Y, si esto no es así, ya aparecen síntomas como comportamientos agresivos, baja autoestima, duerme mucho o poco, come de manera irregular, interés por irse de casa o conversaciones sobre el suicidio deberíamos consultar con un especialista.
Alegría:
La alegría es el motor que mueve la vida de nuestro hijo. Todos queremos que nuestro hijo sea alegre, que sea feliz. Pero debemos entender que es imposible que siempre sea así y que hay muchos niños a los que les cuesta expresar esa emoción o sentimiento.
La felicidad está formada por grandes momentos de alegría y pequeños instantes de ira, miedo, tristeza y asco. Porque alegría también necesita del resto para continuar su camino.
Las emociones, esas grandes desconocidas para nuestros hijos. Podemos ayudarles a comprenderlas.
Hay evidencias científicas suficientes sobre los efectos positivos de la educación emocional. Con esfuerzo y perseverancia podemos mejorar en nuestra consciencia y regulación emocional, y ayudar a nuestros hijos a adquirir las competencias emocionales para una vida emocionalmente más saludable. Las personas capaces de gestionar las emociones -regular su duración e intensidad y elegir conductas apropiadas de forma consciente- tienen menos riesgo de padecer dificultades emocionales o trastornos psicológicos como la depresión, la ansiedad, la adicción a sustancias de abuso, u otras conductas de riesgo.
Los niños, en especial en la primera infancia, aprenden en gran medida a través de la observación de sus cuidadores (madre, padre o cualquier otro cuidador). Mejorar en nuestra propia gestión emocional puede resultar la mejor manera para enseñar formas saludables de gestión emocional a nuestros hijos e hijas.